Nadie sabe qué nos deparará el destino, pero tenemos derecho a ser optimistas y a pensar que la humanidad -más allá de las creencias políticas y religiosas de cada cual- evolucionará, en los próximos años, por el camino de la paz, la concordia y la armonía. El presente no es halagüeño: guerras, violencia, conflicto y crispación ahogan, a menudo, la esperanza en un mañana luminoso. Pero hay que ser perseverantes en las convicciones y continuar luchando por este futuro mejor para todo el mundo que nos surge del alma y de la razón.
Sirva esta digresión para saludar la decisión de Vox de romper los pactos de gobierno que tenía con el PP en cinco comunidades autónomas, por la polémica sobre la distribución de los menores migrantes que han recalado en las Canarias. El partido de Alberto Núñez Feijóo es el gran beneficiario de esta ruptura y, por extensión, también lo es el conjunto de la sociedad española que, con el “suicidio político” de Vox, gana tranquilidad y sosiego.
Las recientes elecciones europeas y también las francesas han reflejado la relativa pujanza de los partidos populistas y xenófobos, pero también han mostrado sus límites, que han quedado por debajo de las expectativas creadas. Tanto en la Unión Europea (UE) como en Francia, la ultraderecha no ha conseguido suficientes votos para poder gobernar y son las fuerzas centristas, de izquierda y ecologistas las que mantendrán la hegemonía durante esta próxima legislatura.
Esto garantiza que el edificio de la UE continuará en pie y que éste, desde España y Cataluña, es y será nuestro ineludible marco de referencia. Deshaciéndose de los pactos con Vox, el PP vuelve a transitar por el carril central de la política europea, a pesar de las extravagantes veleidades de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, una “criatura impostada” surgida del sombrero del maquiavélico Miguel Ángel Rodríguez.
Plenamente insertados en la lógica y la dinámica europea, y con Vox fuera de la ecuación, no tiene que darnos miedo que PSOE y PP se entiendan cada vez más, como se ha demostrado en el CGPJ, el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional…, ni se puede descartar que, en el horizonte, acaben formando una “grosse koalition” a la alemana para resolver los grandes problemas estructurales que la España del siglo XXI todavía arrastra desde la desgraciada Guerra Civil.
Las políticas nacionales son, cada vez más, más subsidiarias de los debates y de las decisiones que se toman en las instituciones europeas. Así tiene que ser y así será. El mundo funciona y se está organizando en grandes bloques demográficos que se interrelacionan: los 450 millones de europeos somos más que los 335 millones de norteamericanos y los 150 millones de rusos, pero somos menos que los 1.500 millones de chinos o los 1.500 millones de hindúes.
Estamos en un momento de la historia de la humanidad en que buscamos la unidad como valor que, a la vez, nos protege y nos proyecta. Una España donde los dos grandes partidos se entiendan y colaboren será más fuerte en las instituciones europeas. Del mismo modo que, si avanzamos en el proyecto de la alianza ibérica, España y Portugal, sumadas, tendrían el mismo peso demográfico (y político) que Francia o Italia.
El gran enemigo de esta tendencia unitarista es el poderoso “lobby” de la industria armamentística, que “vive”, precisamente, de sembrar cizaña y de encender conflictos que dividan a los humanos y nos aboquen a la escalada y a la confrontación bélica. En esta dinámica destructiva, se están incentivando pactos aberrantes y contranatura, como los que se han tejido entre partidos de la extrema derecha europea, autocalificados de patrióticos, con la Rusia de Vladímir Putin, embarcada en una peligrosa ofensiva expansionista en Ucrania y que amenaza las fronteras comunitarias.
También es de prever que el plausible retorno de Donald Trump a la Casa Blanca -y, más, después del atentado que ha sufrido- tendrá, entre otras consecuencias, la consolidación de un estrambótico eje Washington-Moscú, que ya fomentó en su anterior mandato, el debilitamiento de la OTAN o un incremento de las tensiones con China. Bruselas se tendrá que poner las pilas para diseñar y defender una estrategia exterior propia, despegándose, como hasta ahora, de la agenda del “gran hermano” norteamericano.
En este movimiento tectónico de los grandes bloques geopolíticos que se está produciendo, parece evidente que la Unión Europea tiene que intentar reforzar sus relaciones con China, para equilibrar la alianza que se divisa entre Donald Trump y Vladímir Putin, con la extrema derecha europea actuando como “caballo de Troya”. Entre la China de la tradición confuciana y la Europa de los filósofos griegos hay, desde la profundidad de los siglos, muchos paralelismos y la búsqueda de un mismo objetivo: la construcción de una sociedad humana más sabia, más ordenada y más justa.
Donald Trump intentará imponernos su supremacía militar y tecnológica para convertir el espacio europeu en el “patio trasero” de sus intereses estratégicos, compartidos con los del “zar” de Rusia. Por eso, trabajará por la división y disgregación de la Unión Europea, sabiendo que, de este modo, le será mucho más fácil consumar su voluntad imperialista.
Ante los tiempos inciertos que vienen, los europeos nos tenemos que conjurar para unirnos en la defensa de la paz, de la libertad y de nuestro modelo social. Y esta necesidad de unión empieza por el entendimiento entre las fuerzas políticas centrales de cada país miembro, como es el caso del PSOE y del PP en España. La China de Xi Jinping, que predica y promueve con hechos una política internacional de distensión y cooperación, es un aliado objetivo en esta visión compartida.
En cuanto a Cataluña, y después de la desgraciada década procesista que nos ha tocado vivir, se impone un gran acuerdo entre las fuerzas independentistas y no independentistas para cerrar heridas y encarar unidos el futuro, en el marco de España y de Europa, de esta sociedad de 8 millones de personas. Parece que estamos a punto de conseguirlo.
Las negociaciones entre PSC y ERC para la investidura de Salvador Illa como próximo presidente de la Generalitat avanzan por buen camino y la “fumata blanca” se puede producir pronto. Este gran pacto tendría que incluir a los comunes y a los partidos de centroderecha -como Junts y PP- que abrazan, más allá de las discrepancias nacionales, el proyecto de la Unión Europea.
Siempre he dicho que, por la maestría recibida, Salvador Illa puede ser el nuevo Josep Tarradellas de la política catalana. De su capacidad de liderazgo y de asumir la autoridad moral que le corresponde puede surgir un gobierno de la Generalitat que represente, verdaderamente, a la inmensa mayoría de la sociedad catalana. Es esto lo que necesitamos los catalanes en esta delicada coyuntura histórica.