Nadie duda que el último año político pasará a la Historia de Catalunya. El ciclo electoral ha sido muy próspero para los socialistas, pero ahora mismo no tienen garantizado el gobierno de la Generalitat, que de todos modos parece probable mediante las combinaciones derivadas de las necesidades de Pedro Sánchez para sobrevivir más tiempo en Moncloa.
Las urgencias del presidente han generado una serie de paradójicas contradicciones. Todos los comicios de estos meses han mostrado una imparable decadencia del voto independentista, sólo mitigada por como Junts se ha distanciado de Esquerra tras la cita del pasado 12 de mayo.

La situación, narrada por muchos analistas como la conclusión del procés tras una larga resaca, tiene un par de elementos a ponderar. El primero es aritmético. En Madrid la coalición requiere del apoyo soberanista para encarrilar leyes y proyectes. Para asegurarlo, y de paso calmar las aguas en Catalunya, se pensó en la fabulosa idea de la amnistía, aceptada por buena parte de la población con muchos peros en el bolsillo, asumiéndola con una resignación muy educada, desmentida si escuchas el sonido de la calle, donde un grueso considerable de ciudadanos no entiende como determinados personajes, entre ellos Carles Puigdemont, no han transcurrido ni una sola jornada entre rejas pese a todos esos años de ruido y violencia mental.
Dicen que la política es el arte de lo posible, frase nada popular durante el pasado decenio, cuando la inacción legislativa se maquilló con una performance masiva muy perniciosa para los intereses de los catalanes, huérfano de legislación ante toda la parafernalia de banderas y empequeñecimiento del país, más provinciano que nunca por el insano gusto de mirarse el ombligo de aquellos elegidos por la mayoría mientras todo se iba a la mierda.
El error de Sánchez ha sido el de bajarse los pantalones mientras los otros se apretaban bien el cinturón sin intención alguna de exhibir sus vergüenzas. Esta dualidad imperfecta comporta una ausencia de equilibrio con algunos rasgos invisibles. Se han amnistiado una barbaridad de delitos de modo bastante inverosímil mientras muchos de los que mantuvimos una postura ética ante el desastre no hemos recibido ningún tipo de compensación y seguimos vetados porque así lo decidieron todos los mediocres impulsores del desbarajuste, pues el procés ha creado en Catalunya un déficit democrático del que se ha hablado más bien poco: la negación de la crítica es la refutación de la pluralidad.
Ellos han quedado libres de toda culpa y, en cambio, los que defendimos una sociedad lógica desde la multiplicidad de opiniones y argumentos vemos como aún muchas instituciones culturales y medios de comunicación nos niegan la palabra, por lo que podemos concluir, sin mucha dificultad, como la amnistía no ha mutado para nada el panorama, pues no se ha normalizado el antes a partir de perpetuar dinámicas indignas en una Democracia integrada dentro la Unión Europea.
El segundo elemento es de actitud y no penaliza al PSC/ PSOE en el Principado porque las personas ya no aguantan más tanta tontería y piden moderación. Illa no es ninguna panacea, pero con el panorama actual es la opción menos mala para todos aquellos anhelantes de sepultar una etapa. Los causantes de la pesadilla previa, ufanos y soberbios como el sanguinario himno, no quieren pasar página. Lo demuestran sus declaraciones y como prosiguen obcecados en vender un relato más que moribundo.
En TV3, la pública, no se cansan de llamar exiliados a los prófugos mientras las tres hermanitas soberanistas insisten con su tono y las promesas de siempre pese a ser conscientes de la imposibilidad de lograrlas en el mundo real. Si fueran nuestros amigos y hubiéramos discutido los veríamos como unos desagradecidos. Quizá nos cansaríamos, les diríamos hasta luego y los bloquearíamos en las redes sociales para olvidarnos de toda su tozudez por no aceptar la rotación del Planeta, el paso del tiempo o los cambios estacionales y la Historia.
No se empecinan por devoción, sino por inercia y toxicidad. Les dan todo lo que quieren y no cejan en su insulto eterno a la inteligencia, eso sí, aceptado por muchos, cada vez menos, nada sorprendente si miramos al resto del Viejo Mundo y comprobamos con preocupación el triunfo de la extrema derecha, tan afín a nuestro populismo pese a que ellos digan ser de izquierdas, una aberración cuando predican Nacionalismo sin hermandad con las demás Naciones.
Su paradoja es la del chantajista feliz. En vez de calmarse ante las concesiones se enfurruñan y tienden la mano porque Sánchez nada les negará cuando quizá debería convocar elecciones generales, buscar acuerdos de largo alcance y mandar a paseo a los mártires para hundirlos del todo en la famosa papelera de la Historia.