Siento decirlo: Cataluña no es el ombligo del mundo. Cataluña –en terminología comunitaria– es una de las 300 regiones reconocidas que hay en la Unión Europea (UE) y representamos menos del 2% de la población. Somos un país único, bonito y próspero, sí, pero somos lo que somos.
En democracia, tan importante como la confrontación y el debate de las ideas políticas es la capacidad y la inteligencia para tejer los pactos necesarios para hacer funcionar las instituciones. Incluso en un dosier tan envenenado como la imprescindible renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el Gobierno de Pedro Sánchez y el PP han llegado a un acuerdo.
Celebramos las elecciones al Parlamento de Cataluña el 12 de mayo pasado y, hoy, la investidura del próximo presidente de la Generalitat es todavía una incógnita. Sobre la política catalana planea la amenaza de una repetición de los comicios, animada por el ex-presidente Carles Puigdemont y algunos sectores de Esquerra Republicana.
Y esto que los resultados de las urnas fueron claros, con la victoria del líder socialista, Salvador Illa, que obtuvo el apoyo del 28% del electorado, con una ventaja de 200.000 votos sobre el candidato de Junts per Catalunya (21,6%). Esquerra, que perdió 13 escaños en estos comicios, recibió el 13,7% de los votos.
En Cataluña los problemas se acumulan, y necesitamos, con urgencia, la conformación de un nuevo gobierno que coja las riendas y se ponga a trabajar. Todos los países, todas las regiones, todos los ayuntamientos de la UE tienen sus presidentes y sus alcaldes, elegidos democráticamente.
¿Todos? No. Como en los cómics de Astérix, hay un rincón en el mapa donde nos “resistimos” al hecho que haya gobierno si el presidente no es un independentista. Por eso, los perdedores quieren provocar una nueva convocatoria electoral y esperar que la flauta suene para que Carles Puigdemont –que ya ha perdido tres elecciones– gane la próxima vez y sea designado presidente de la Generalitat.
Patético, inconcebible e inaceptable. ¿En Cataluña solo hay democracia cuando ganan los independentistas? Esto es de un infantilismo político que pone los pelos de punta, y hay que apelar a la cordura de la inmensa mayoría de la sociedad catalana para acabar con esta excentricidad y tener el gobierno que hemos votado y que merecemos. Ya.
Pedro Sánchez ha cumplido la palabra dada y ha hecho aprobar la ley de amnistía, tal como la querían JxCat y ERC. El perspicaz Gonzalo Boye ha supervisado personalmente el texto, los puntos y las comas de esta ley para que su cliente de cabecera, Carles Puigdemont, saliera beneficiado, sí o sí.
Otra cosa es que los magistrados del Tribunal Supremo Pablo Llarena i Manuel Marchena hayan encontrado los resquicios jurídicos para denegar la aplicación de la ley de amnistía a Carles Puigdemont y a los principales líderes del proceso. Pero, insisto, el PSOE -incluso forzando mucho las costuras internas- y el PSC han sido responsables y leales con los independentistas.
Sabemos que Carles Puigdemont, si no quiere ir a parar a la cárcel, todavía pasará mucho de tiempo en el extranjero y espero, por su bien, que se traslade pronto a Suiza. Por lo tanto, su hipotética investidura es, directamente, imposible. En estas circunstancias, forzar una nueva convocatoria de elecciones para el 13 de octubre es una (nueva) pérdida de tiempo, una frivolidad y una grave irresponsabilidad que nos hunde todavía más.
Cataluña tiene que ponerse ante el espejo y actuar en consecuencia. Invistamos a Salvador Illa presidente y, si puede ser, con un contundente número de votos: PSC + JxCat + ERC + Comunes. Tal como pasó en 1979, en las primeras elecciones municipales después de la dictadura, cuando en Cataluña se constituyeron los Pactos de Progreso, desde CDC hasta el PSUC.
Hoy, en el mundo occidental, asistimos a un combate ideológico y político crucial, entre los partidarios de una sociedad más justa, solidaria e igualitaria y aquellos que propugnan el supremacismo, el etnicismo y la xenofobia. Italia se ha dejado cautivar por esta fiebre populista ultraderechista y Francia también está a punto de sucumbir.
Cataluña, como demuestran los resultados de las elecciones celebradas aquí los últimos años, se ha convertido en el bastión de los valores progresistas europeos y tenemos que asumir este compromiso con orgullo y coherencia. PSC, ERC y Comunes son los partícipes de este “mainstream”, pero también una gran parte de los votantes de JxCat -si prescindimos del vector independentista- abomina de los discursos del odio y de todo aquello que representan Marine Le Pen, Santiago Abascal o Sílvia Orriols.
Tenemos grandes consensos de país en los cuales avanzar, con un apoyo mayoritario de las fuerzas parlamentarias: el cumplimiento del Estatuto del 2006, la mejora de la financiación, la creación del Consorcio de Cercanías, el despliegue decidido de las energías renovables, nuevas infraestructuras para afrontar futuros episodios de sequía, la rehabilitación de los barrios degradados, la coordinación de la seguridad ciudadana, la agilización de la justicia, la ordenación del turismo, la protección del litoral ante el cambio climático, la gestión de los residuos, el reequilibrio demográfico entre mar y montaña, etc., etc.
La Generalitat tiene que restablecer relaciones de buena vecindad con las comunidades limítrofes y tiene que colaborar estrechamente con las diputaciones y los ayuntamientos para ofrecer unos mejores servicios públicos a la ciudadanía, evitando duplicidades y optimizando los recursos. Todo esto y otras muchas cosas son urgentes y no admiten demoras por tacticismos y egoísmos políticos de vuelo gallináceo.
Solo somos ocho millones, como quien dice, la mitad de Estambul. ¿Por qué aquí no tenemos derecho a tener un presidente y un gobierno que apruebe leyes, presupuestos, negocie, administre, decida y ejecute?
1 comentario en «El síndrome de Astérix»
Catalunya com España arriba tard 30 anys respecte a Europa. Hem passat del teatre del Aquarius (2 mesos després quedaban 27 personas, la resta havia marxat a Itala França i Alemania) al volguer competències per no acollir els menas com diu JxC. La superioritat moral que es gasta es patètica.