Menos Europa

Tal y como estaba previsto, los resultados de las elecciones europeas indican un retroceso del concepto progresista de lo europeo y un crecimiento muy importante de las extremas derechas en el continente.

Están por todas partes, pero en algunos países ganan cómodamente, como es el caso de Francia, Italia, Austria o Hungría.

Susana Alonso

En Alemania o España aumenta la presencia que, en nuestro caso, incluso hace posible que compitan grupos distintos en este ámbito extremo de la política.

La situación es curiosa, ya que el Parlamento Europeo puede mantener la mayoría transversal de Conservadores, Socialdemócratas y Liberales, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, hay que recordar que el Parlamento Europeo tiene sólo competencias restringidas como poder legislativo y que es de hecho el Consejo de la Unión Europea, los estados directamente, los que abonan y preparan todo acuerdo y legislación. Y en la agenda de muchos estados, quien marca la pauta es el discurso de derecha extrema: inmigración, rehacer fronteras nacionales y diluir exigencias medioambientales.

El problema se acentúa, además, en la medida en que el conservadurismo europeo clásico, la democracia cristiana ya se está acercando al relato de los sectores extremos y, además, respalda ya decididamente a pactar con ellos.

La suerte, es que la extrema derecha es una amalgama de planteamientos diversos, dispersos, confrontados y, a menudo, extremadamente frikis. Ultraliberales que coexisten con hiperproteccionistas, confesionales con laicos, islamófobos con antisemitas…

También hay que decir que en países europeos como Portugal y Finlandia, el reaccionarismo parece estar ya en retroceso, ha tenido un vuelo más bien corto. Con todo, la izquierda en general y la socialdemocracia en particular deberían ir planteándose porqué se han convertido en casi irrelevantes, porqué los sectores populares y más desfavorecidos ya no los tienen como referencia. Quizás, más que hacer “cordones sanitarios”, deberían escuchar qué dicen y cómo se sienten los electores que hacen opciones de protesta y rechazo, extremas y antidemocráticas. Entender a la gente y darles respuestas en positivo, devolverles la esperanza.

En España, lo que debía ser el gran plebiscito, la ola que debía echar a Pedro Sánchez ha quedado en empate. Difícilmente, aunque se intente, la legislatura arrancará. La derecha ha visto que tiene capacidad de bloqueo y continuará esa estrategia antisanchista.

En Cataluña, la cosa ha sido más contundente. Aunque se hace el sordo, el independentismo ha sufrido una derrota que lejos de ser circunstancial indica un cambio de época. Se ha dejado un millón de votos y más de 300.000 en relación con las últimas autonómicas. El PSC, que ahora significa el cambio de pantalla, tiene más votos que todo el soberanismo junto. Pese a la evidencia, esto no asegura que Salvador Illa pueda gobernar y la posibilidad de bloqueo que obligue a volver a las urnas es bastante grande si nos fijamos en la escenificación en la reciente elección de la mesa del Parlament. Como si nada hubiera cambiado. Se empieza desobedeciendo con el tema del voto online y se acaba por elegir a un presidente de Junts.

ERC parece mantener el “síndrome botifler”, no se atreve a romper con aquellos que le dejaron solo y le obligaron a convocar elecciones. Detrás de este “todo como siempre”, “lo volveremos a hacer” o el surrealista de “mesa antirrepresiva”, quizás todavía se impone una cierta cordura.

Es evidente que Esquerra no puede permitirse unas nuevas elecciones que la laminarían de forma evidente. Quizá solo se trate, siempre es así en Catalunya, de un alambicado baile de apareamiento en el que se acabe pactando con el PSC sin que lo parezca. Quizás incluso entran en la ecuación los mismos de Junts, un Gobierno de apoyos transversal. Parecería que el pacto que querían cerrar PSC y Esquerra en el Ayuntamiento de Barcelona lo sugiera.

Puede ocurrir todo esto, o no. Existe la posibilidad de que se repitan elecciones y que Pedro Sánchez, aproveche para poner el mismo día la contienda en las Cortes españolas y acabar, con un todo o nada, con el asedio político y judicial que sufre, además de la debilidad del apoyo del independentismo catalán. Al fin y al cabo, tal vez no sea una mala opción.

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