Los convergentes

Junts es una de las máquinas políticas más surrealistas surgidas del procés. Uno de sus señuelos electorales para sobrevivir es aferrarse a un pasado reciente, el del heroísmo made in Uno de Octubre, con mandato incluido. A muchos de estos personajes los han echado, han desaparecido o han dado un paso al lado.

En cambio, otros, muy metafóricos desde la supervivencia, han sido focos de actualidad en los últimos días. Uno de ellos es Josep Rull, la suprema encarnación del convergente ungido por el destino de su bandera. Durante el procés siempre le asociaba con Homs y claro, Turull. Eran como Dupont y Dupont. Turull dice esto. Rull predica ante la prensa. Turull, Rull, Turull, Homs, Turull. Vestían como si fueran de la Democracia Cristiana italiana y hablaban desde un púlpito natural de padres del independentismo. Eran insoportables, si bien Turull me ganó un día cuando escondió un cigarrillo al ver una cámara cerca.

Ambos se asociaron aún más por una imagen camino del calvario, acusados ​​y encarcelados. El lunes después de la proclamación, Rull se tomó una foto en su despacho de consejero de la Generalitat. Ahora vuelve como presidente del Parlament y uno asume la perversión de los trapicheos políticos. No me molesta puesto que, se quiera o no, es democrática su elección. El motivo del malestar es cómo lo identifico con un pasado a superar, aquí mantenido desde la política como oficio profesional, la propaganda del procés captada en uno de sus hombres al frente del Parlament y la resistencia a no entender que para avanzar hay que pasar página. El electorado lo ha clamado con bastante fuerza, estéril cuando otro factor de toda la operación Rull, más allá y con Puigdemont, es ese deseo de fundir a ERC.

La lucha intestina del independentismo, clásica desde el tiempo de los bisabuelos de la Liga y sus escisiones en la izquierda del catalanismo, es también la de Junts. Rull, con aspecto de cura, puede apostar por discursos extremistas pero, claro, ellos no son de este mundo y nunca pronuncian nada parecido a postulados de derecha poco civilizada, esto siendo muy suaves.

Rull recuerda una frase de Josep Pla, que decía que un hombre bebido lo parece menos si va bien vestido. Lo del convergente no va de caldos, sino de su indumentaria, prototípica de su partido por los siglos de los siglos, amén. Como han pasado los años su fisonomía es cada vez más de la vieja CiU. La fachada es una, las ideas otras a pesar de que quieran conservar el aura de los fundadores.

Uno de ellos fue Xavier Trias, un personaje singular y con una personalidad única, sobre todo desde que anunció su largo adiós a la primera línea. El antiguo consejero de Jordi Pujol fue el alcalde del paroxismo de la marca BCN. Ganó los comicios de 2023 por la movilización de los votantes de la zona alta y no reeditó la alcaldía perdida a manos de Ada Colau por una maniobra enrevesada que dio al socialista Jaume Collboni el bastón de primer ciudadano.

Collboni hubiera sido un buen teniente de alcalde de Trias porque no deja de ser uno de sus alumnos más atentos, hasta el punto de que estas últimas semanas la ciudadanía asiste a privatizaciones de parques para realizar desfiles, festivales de F1 en Paseo de Gracia y la futura Copa América, donde los habitantes de la Barceloneta tendrán que mostrar un pase para acceder a su barrio.

Mientras tanto, también se ha anunciado que Barcelona acogerá el inicio del Tour de Francia del año 2026, algo simbólico a nivel europeo, donde la carrera ciclista tiene un papel integrador mediante el deporte. Ahora bien, todo esto no aporta nada al bolsillo de los ciudadanos, quienes, aceptada la constancia de las porciolistas ferias con sus congresos siempre en la misma frase, se resignan a ver cómo el alquiler aumenta, no se resuelve la sensación de exceso turístico y tampoco se trabaja a fondo con y en los barrios.

En ese sentido ahora parece como si el mandato de Trias, breve, hubiera sido más light. Criticamos el pavimento de la Diagonal y la parquetematización del centro, cenit de BCN contra Barcelona. Ahora se va y propone un plan para estudiar y proteger el patrimonio de los barrios, una medida que podría ser un buen paso para establecer políticas de proximidad hacia una distribución administrativa más ágil, no supeditada a la insensata magnitud de los diez distritos de la capital catalana.

Todo esto último lo digo yo, no Trias, que, al fin y al cabo, se marcha. Lo hace y abre la puerta a una renovación necesaria dentro de su grupo municipal. Así pues, se pira con sabiduría, y, además, ahora incluso parece gracioso y moderno. Rull se mantiene y huele a pasado, a no querer comprender cómo todo él lo es, con el defecto añadido de ser un elefante en la habitación que, en este caso, todavía está; quizá por eso sea más inquietante.

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