Cataluña, tiempo para escucharse

“El nuevo relato a construir es el del asentamiento de la convivencia y no el de seguir hurgando en la fractura civil”

No se me olvidará nunca un viaje con amigos machadianos al cementerio de Colliure, donde está enterrado Antonio Machado. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando nos topamos con una bandera estelada sobre la tumba del poeta y a un grupo de seguidores independentistas con Carles Puigdemont a la cabeza.  El encontronazo y las voces fueron de aúpa. Me asusté al ver las caras de agresividad en unos y en otros, en todos nosotros, parecía como si los demonios de nuestra guerra civil salieran de nuevo a flote. Esto hace unos años era inimaginable que hubiera ocurrido. Hemos pasado de vivir en armonía, al recelo y la desconfianza.

Susana Alonso

En este contexto, no está mal recordar la Transición, nuestro gran referente de concordia. Recuperar aquella mirada crítica, pero conciliadora, debería ser obligado a la hora de acercarnos a la política catalana, pues estamos ante un conflicto muy divisorio y  polarizador. Y es que Cataluña ha vivido en la última década, al igual que numerosos países occidentales, un proceso de radicalización, en detrimento de las posiciones reformistas moderadas.

Ahora, lo más importante sería salir de ese bucle cortoplacista, de cálculo de poder y electoralismo en el que está instalada la política. Un discurso que nos lleva irremediablemente a esa retórica de frentes o bloques o a ese lenguaje ad hominem. Es la dialéctica de ruido y furia que los llamados ingenieros del caos, o los alquimistas del malestar, como se les denomina, han impuesto y que alimenta las redes sociales y los extremismos de todos los signos. Una política incapaz de sentar las bases de la convivencia cívica.

Pues bien, en un mundo cargado de incertidumbre en el que la humanidad se enfrenta a amenazas potenciales, hay que tomar conciencia de los peligros que nos acechan. Cataluña está en una encrucijada política en la que si no se cambia el rumbo las consecuencias podrían ser dañinas. Ahora bien, el resultado de las últimas elecciones ha supuesto un cambio muy importante. Estamos ante un mandato de las urnas que marca a todos la orientación a seguir. El independentismo por primera vez en muchos años ha perdido su mayoría y, eso debería reflejarse en la nueva política. La alternancia política es la base de la democracia, no lo olvidemos.

El cambio no será fácil. Se va a necesitar coraje y determinación y algo de autocrítica. En nosotros va a recaer, y cuando digo nosotros, quiero decir, derecha, izquierda, y nacionalismos varios, la responsabilidad del camino por dónde avanzar. Cataluña tiene una oportunidad histórica de volver a la senda del moderantismo, a la búsqueda argumentada de alternativas, que le daría, sin lugar a dudas, el liderazgo político en España. Pero para ello haría falta más sentido de país y de Estado y no perderse en luchas estériles que solo conducen a la frustración y el desánimo.

Hoy más que nunca, Cataluña necesita repensarse como sociedad y eso debe hacerse con amplitud de miras, contando con todos, y donde todos quepan. El primer paso a dar sería aparcar un tiempo ese objetivo de máximos que se puso sobre la mesa con enorme frivolidad y sin conciencia de límites, como era la independencia, y que ha sido el gen de la discordia y, más en una sociedad frontera como la catalana donde la pluralidad y diversidad de sus gentes forma parte de su identidad. Seamos sinceros, si hay algún país en el mundo donde la independencia es más que discutible es en Catalunya.

Eso sí, ha de quedar claro que una mayoría de españoles no queremos que España sea una cárcel para nadie, y por ello, exigimos una vía democrática de pactos y acuerdos y no de imposición y unilateralidad. Desde luego, la vía a la independencia ensayada hasta ahora, de alta ingeniería política y comunicativa, con todos los medios habidos y por haber, con un control avasallador de la sociedad civil y con una administración politizada y clientelar es la vía que ha terminado fracturando la sociedad catalana, al mismo tiempo que dejaba atrás a una mayoría de catalanes.

¿No es momento, por tanto, de parar y repensar todo esto? La democracia es generosidad y convivencia y se construye con empatía y entendimiento del otro. El caso es que estamos obligados, mejor dicho, estamos condenados a entendernos. Es el mensaje que se oye desde el fondo de la sociedad. Antes o después, habrá que empezar a construir un espacio común que refleje de verdad el pluralismo de la sociedad catalana, en la que se puedan ver y oír todas las voces, todos los sentimientos y todas las formas de ser y sentirse catalán.

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