Vivir por encima de nuestras posibilidades, económicas y ecológicas

Según datos del Banco de España, referidos al año 2023, el endeudamiento de las familias españolas fue de 0,8 billones de euros y el de las empresas no financieras, de 0,9 billones; a la vez, la deuda pública del Estado alcanzó una cifra récord de 1,6 billones de euros. Curiosamente, a nivel español, la deuda privada tiene una tendencia a disminuir mientras que la púbica no para de aumentar. Podríamos reflexionar sobre esta situación y seguramente llegaríamos a interesantes conclusiones, pero lo dejo para otro día. Y a modo de comparación, la deuda mundial (gobiernos, empresas y familias) alcanzó la astronómica cifra de casi 240 billones de dólares (dos veces y media el PIB mundial).

Es evidente que económicamente vivimos muy por encima de nuestras posibilidades reales y sólo podemos sostener este gasto acudiendo al crédito, generando una enorme deuda que es prácticamente imposible de devolver, al menos la referente al Estado. ¿Qué superávit sería necesario y sostenido durante cuántos años para devolver 1,6 billones de euros? Y más teniendo en cuenta que el año 2023 se ha cerrado con un déficit adicional de más de 50.000 millones de euros: en lugar de generar superávit, seguimos teniendo déficit.

Es evidente que esta situación condiciona nuestro desarrollo, al tener que invertir ingentes cantidades de dinero en devolver créditos y pagar intereses (unos 31.000 millones de euros en 2023). Este dinero supera en los presupuestos nacionales a partidas como ayudas al desempleo, educación o medio ambiente. Los recursos no son infinitos: los que van a parar a un compartimiento, faltan en otro. En consecuencia, pagar por vivir económicamente por encima de nuestras posibilidades no solo es caro sino que representa una pesada losa para invertir en aquello que realmente mejora el bienestar de los ciudadanos. La deuda económica es pan para hoy y hambre para mañana.

Y si la reflexión la trasladamos de la “eco-nomía” a la “eco-logía” la situación es aún más dramática. Consumimos muchos más recursos naturales de los que la Tierra puede ofrecer, hasta el punto de que prestigiosas organizaciones ecologistas estiman que harían falta dos planetas como el que tenemos para disponer de un modo sostenible de los recursos que utilizamos. Pero en este caso no hay ni plan ni planeta B y, por tanto, el crédito no es posible. Por otro lado, el lunes 20 de mayo de  2024, España habrá consumido todos los recursos naturales que le corresponden para este año. El cálculo lo realiza una prestigiosa organización, la Global Footprint Network, por métodos objetivos pero que aplicados reiteradamente marcan claramente una tendencia, que no es otra que año tras año la fecha se adelanta lo que significa que agotamos antes los recursos.

Es el llamado “Día de Sobrecapacidad” y significa que ya habremos utilizado todos los recursos naturales, agua, energía, materias primas, alimentos, entre otros, que nos corresponderían para todo el año. A partir de ahora entramos  en “déficit ecológico”, es decir, ya se ha consumido más de lo que la Tierra es capaz de regenerar en ese tiempo. Y puesto que no podemos generar un “crédito ecológico” (no tenemos dónde acudir para pedir más recursos, algo que si podemos hacer en el ámbito de la economía), el déficit ecológico solo se consigue paliar mediante una sobreexplotación que genera todo tipo de problemas ambientales en un sistema con un delicado equilibrio: contaminación de océanos, desaparición de especies, calidad insalubre del aire en las grandes ciudades, deforestación, sequías por mala planificación, emisión en exceso de gases de efecto invernadero y el consiguiente cambio climático, etc.

El crecimiento basado en un consumo cada vez más intensivo de recursos no tiene sentido, porque el crecimiento no puede ser infinito si los recursos no lo son.  Y si para ello se requiere vivir a crédito, en el caso de la “eco-nomía” es factible aunque con grandes problemas, pero en el de la “eco-logía” es imposible. Tenemos que reflexionar muy profundamente en un modelo de desarrollo que no se base en un crecimiento exclusivo del PIB, encontrar la manera de ser felices (perdonad la cursilada) sin un consumo desaforado de recursos y energía (aunque sea sostenible, ya que los engendros para producirla consumen recursos, y muchos).

No se trata de decrecimiento, sino de acoplamiento de nuestra demanda a la oferta de recursos del planeta. Dudo que esta iniciativa la puedan liderar los políticos instalados en el corto plazo. Pero es una reflexión urgente, inaplazable.

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