Digerir los resultados

Los resultados de las elecciones del 12 de mayo confirmaron lo que ya llevaba meses dándose por supuesto: bajón del independentismo y una nueva centralidad ocupada por los PSC. La derrota del procesismo estaba anunciada tanto por la frustración generada por la no consecución de la utopía prometida y el consiguiente desencanto, así como por una confrontación entre los diversos grupos partícipes que ha resultado sangrienta.

Susana Alonso

Muy maltrecha ha quedado Esquerra, pero el intento de recuperar el simbolismo y la épica por parte de Carles Puigdemont tampoco ha triunfado. Desde su punto álgido de 2017, el independentismo ha dejado por el camino casi un millón de votos. La dinámica también se ha llevado por delante a la CUP y ha emergido una opción secesionista de extrema derecha. De todas formas y pese a que los votantes catalanes han optado de forma predominante por un partido que ha hecho todo lo posible para tender puentes y evitar las trincheras y la confrontación, el independentismo todavía representa cerca de un 40% del electorado.

Una cosa es el fracaso de una determinada estrategia independentista -el Procés– y otra bien distinta es que desaparezca. Una lectura no partidista de los resultados parecería indicar que el electorado ha situado en medio de la ecuación de la política catalana a Salvador Illa y lo que significa pero que, al mismo tiempo, exige un acuerdo transversal con al menos una parte del independentismo, una especie obligación de ir al realismo, actuar, pero también curar las heridas.

Habrá que ver cómo reaccionan los partidos, que como es sabido no siempre actúan de la forma más racional e incluso a veces ni siquiera hacen lo que más les convendría. Parece claro que hay quien tiene la tentación del bloqueo y forzar una repetición de elecciones, lo que sería letal para la confianza de la ciudadanía en la política y que acabaría por laminar algunos partidos; o bien apretar el “botón rojo” y dinamitar el acuerdo político para el gobierno del Estado. La atracción del caos.

Sin duda estas elecciones expresan la voluntad de cambiar de época, y es necesaria una digestión pausada cosa que además viene obligado por las elecciones europeas. Quienes han dirigido el procesismo, por el bien de todos, deberían dar un paso al lado, sus figuras están amortizadas. Algunos lo han entendido, pero es evidente que otros no. Puigdemont es la enésima vez que no hace lo prometido y sería lo oportuno. Oriol Junqueras se cree imprescindible. Los partidos tendrán que actuar y renovarse no sólo por la salud política de Catalunya, sino también para configurar un independentismo menos excluyente que entienda y acepte la pluralidad del país.

Un pacto de gobierno -o para dejar gobernar- entre PSC y ERC parece lo más lógico y viable. Quizás con una primera etapa del PSC y los Comunes en solitario para, después, entrar Esquerra. La transversalidad no es un defecto o debilidad, sino una gran oportunidad para aceptarse y entenderse. ERC debe liberarse del dogal a la que la tiene sometida Junts bajo la amenaza de excomunión del campo independentista. Como también, algún día, Junts tendrá que liberarse de la hipoteca que le representa Puigdemont de cara a volver a ser un partido fiable.

El panorama parlamentario es muy complejo, pero hay elementos que inducen a un cierto optimismo, para pensar que esto acabará con un acuerdo. Ahora hace falta mucha prudencia y más diálogo y negociación que teatralización. Decir que el país lo necesita resulta una obviedad. Valorar que repetir las elecciones podría tener un coste grandioso para el sistema de partidos, no hace falta poner demasiada imaginación para verlo. No es hora de fantasías, ni apelar a Madrid cómo curiosamente hacen aquellos que se arrogan la pureza del independentismo.

Mientras, si vamos un rato al “rincón de pensar”, nos daremos cuenta de algunos elementos de preocupación en los resultados. Uno, es que a pesar de la victoria socialista, existe un desplazamiento del electorado hacia la derecha y la extrema derecha. Podemos contabilizar en ese eje más del 40% voto emitido. Derecha situada en órbitas diferentes en el eje nacional, pero que comparten el conservadurismo y aspectos muy rancios de ese nacionalpopulismo que avanza por todas partes. En segundo lugar y ligado a lo anterior está el tema del voto más joven. Entre la despolitización, el absentismo y el apoyo, sea por convicción o por hacerse sentir, hacia la derecha más extrema.

No interesa tanto el hecho, sino analizar el porqué y entenderlo.

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