Los mil muertos de Jordi Pujol

A pesar de que data del año 2014, estos días ha vuelto a circular por las redes el documental Katallani, subido a YouTube en 2014, que reconstruye la intrahistoria del mural del pintor Antoni Tàpies que preside la sala de reuniones del consejo ejecutivo de la Generalitat. Según se explica, el pintor ofreció gratuitamente esta obra, si bien, después, el departamento de Presidencia, entonces con Lluís Prenafeta en la cocina, hizo una generosa donación económica a la Fundación Antoni Tàpies.

Esta obra, que data del año 1990, está dedicada a las cuatro crónicas medievales -las de Jaime I, Bernat Desclot, Ramon Muntaner y Pedro III el Ceremonioso- que narran los hechos más remarcables de la Corona aragonesa-catalana. Pero, curiosamente, en este gran mural de 2,5×6 metros, destacan dos grandes letras: J (en referencia al rey Jaime I) y P (que hace referencia al rey Pedro III el Ceremonioso). Y JP son, precisamente, las iniciales de Jordi Pujol, el autor del encargo, que, desde entonces, dominan la iconografía de las reuniones del gobierno catalán.., como si siempre estuviera presente.

Los testimonios que participan en este reportaje de la productora Societat U de Barcelona (SUB) explican la génesis de este mural, que, inicialmente, se había previsto confiar a Salvador Dalí, pero que el artista ampurdanés rechazó a causa de su enfermedad. Entre los entrevistados está el ex-presidente Jordi Pujol, que aprovecha su participación para evocar y reflexionar sobre una estancia que había realizado en Washington, la capital de los Estados Unidos.

Jordi Pujol, en su intervención, hace una relación de los lugares más emblemáticos de la ciudad norteamericana (el Capitolio, el obelisco, la Casa Blanca, el cementerio de Arlington, donde está la tumba de John F. Kennedy…) y saca esta conclusión: “¡Un país es esto, puñetas!¡ Ah! ¿Y mil muertos, no? ¡Y mil muertos!”. Es decir, relacionaba directamente la creación de un Estado independiente con la existencia de una confrontación violenta que provoca un montón de víctimas.

Casi todos los conflictos que tienen que ver con la imposición de una identidad nacional sobre un territorio están teñidos de sangre y de dolor. En la historia de la humanidad hay muy pocos procesos de modificación de las fronteras que se hayan producido sin enfrentamientos armados.

Es muy significativo que esta reflexión de Jordi Pujol fuera hecha en 2014, cuando el proceso independentista, bajo la presidencia de Artur Mas, ya había puesto el “turbo”. Es decir, no descartaba que, según como fueran las cosas, las pasiones patrióticas de unos y/u otras acabaran desbordándose y degenerando en episodios sanguinarios.

Hay que tener muy presente que en el imaginario del presidente Francesc Macià, el primer y venerado líder secesionista, era muy potente la influencia de la lucha por la independencia de Irlanda, culminada en 1922. Y que uno de los hechos que marcó muy profundamente a Jordi Pujol, porque lo vivió muy intensamente y de cerca, fue la creación del Estado de Israel en 1948 y la guerra permanente que, desde entonces, mantiene con los palestinos y, por extensión, con la comunidad musulmana internacional, para imponer y ensanchar su soberanía.

Tanto en Irlanda como en Israel la independencia se consiguió con un baño de sangre, que, en el caso del Estado hebreo, continúa hoy, con la masacre ejecutada por Hamás el 7 de octubre del año pasado y el ignominioso exterminio de la población civil palestina que, como respuesta, está perpetrando el ejército judío. Curiosamente, Irlanda es uno de los países europeos, junto con España y Noruega, que, ante la catástrofe humanitaria que Benjamin Netanyahu ha desatado en la Franja de Gaza, exige el cese de las hostilidades y la creación de un Estado propio para Palestina.

El mantra del “derecho a decidir”, evocado por los independentistas catalanes para justificar el proceso que pusieron en marcha en 2012, es un sofisma cargado de pólvora. ¿Dónde empieza y dónde acaba el “derecho a decidir”? Llevado hasta sus últimas consecuencias, este mantra nos dirige directamente a la destrucción de la Unión Europea, a una “ulsterización” de los barrios y ciudades y, lo que es peor, abre las puertas a abominables escenarios de limpieza étnica.

Por eso, plantear y ejecutar el proyecto secesionista de Cataluña en el siglo XXI, en el marco de la Unión Europea y desobedeciendo reiteradamente las resoluciones del Tribunal Constitucional, ha sido una “boutade” y un grandísimo error. ¿Dónde están los “mil muertos” que evocaba Jordi Pujol? ¿Dónde están los voluntarios al martirologio y a morir por la patria?

Sencillamente, no están. La realidad demográfica, económica, social y política de Cataluña ha evolucionado y mutado muy profundamente desde 1714, y en la actualidad no se dan las mínimas condiciones para especular con una conflagración civil y militar con España. Compararnos con la Irlanda de la I Guerra Mundial o con el Estado de Israel, reconocido después de la II Guerra Mundial y el genocidio del Holocausto, es una distopía totalmente fuera de lugar.

Sabiendo que los “mil muertos” (ni uno, ni diez, ni cien) no se producirán en un envite para lograr la independencia, todos aquellos que, a partir del año 2012, impulsaron y encabezaron el proceso son unos irresponsables. Después de ser indultados los que fueron condenados por el 1-O, ahora, una vez ya se ha aprobado la ley, se aplicará la amnistía a todos los que todavía tienen causas judiciales pendientes y se borrarán todos los antecedentes penales de los que ya han sido sentenciados. Sería de agradecer que, como mínimo, los protagonistas de esta triste página de la historia de Cataluña se excusaran por todo el follón y el daño que han causado.

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