Laporta duda sobre cómo arrancar la polémica campaña de abonos de la 2024-25

A la nefasta experiencia de Montjuic y la necesidad de una fórmula mixta para el Lluís Companys y el Spotify, se añade el rechazo social al exilio y el problema de recuperar a los 70.000 abonados desaparecidos

Joan Laporta, a les obres del Camp Nou

Las calderas del laportismo bullen de actividad estos días en dos frentes compatibles con la urgencia del momento. La junta necesita, por un lado, ordenar de arriba abajo el club, completamente destruido por el derrumbe institucional interno a causa del affaire Xavi y la aparición del avalgate como remate final a una temporada en blanco más que decepcionante. Busca la manera de reilusionar al barcelonismo con la llegada de un entrenador estrella, fichar jugadores de primer nivel verdaderamente competitivos, y recomponer, o evitar, la tragedia económica que está a punto de materializarse en apenas un mes a causa de una negligente gestión de los recursos del club.

Por otro lado, más allá de esas necesidades imperiosas e ineludibles, también debe ofrecer un relato convincente, atractivo y capaz de atraer masivamente a los propios socios que ahora mismo no acaban de ver la luz al final de ese largo y oscuro túnel en que se ha convertido el laportismo. Con base real, o no, pues eso poco importa objetivamente a Joan Laporta, se trata de ofrecer un plan seductor para la temporada que arrancará precisamente a partir del 1 de julio con la inminente puesta a la venta de los abonos de la temporada 2024-25, una oferta que ahora mismo se está cocinando y de la que apenas se conocen los detalles.

Entre otros motivos, porque nadie dentro el club se atreve a admitir que, por muchas promesas anteriores reiteradamente vertidas desde la junta, será bastante más complicado de lo que parece, por no decir imposible, compaginar las obras de la reforma del estadio con volver a jugar en Les Corts la próxima temporada, ni que sea con un aforo limitado a 50.000 o 60.000 espectadores. La problemática surge a la hora de explicar ese riesgo de seguir en el exilio otra temporada entera o cuando menos camuflar esa posibilidad con una propuesta de abonos flexibles o adaptables a las circunstancias. La directiva teme, con argumentos de sobra en su contra, que, tras la pésima experiencia de jugar en Montjuic para los pocos socios que quisieron apoyar al equipo en el Lluís Companys y que han sido sistemáticamente maltratados, renuncien de forma mayoritaria a renovar su abono.

La vicepresidenta Elena Fort ya ha sugerido premiar a quienes lo hagan con un acceso preferente a la hora de disponer de un asiento en el Spotify mientras no se recupere la totalidad de las localidades. Una decisión discutible e incluso impugnable, según opinan los expertos legalistas, en el momento que se reabran las puertas y los socios recuperen, de algún modo, sus derechos de uso de sus asientos, igual para todos y, en todo caso, susceptibles de ser administrados mediante sorteo o rotaciones en caso de producirse un escenario de mayor demanda que oferta.

El drama de hoy pasa, precisamente, por la incógnita en torno al grado de la respuesta de los socios del FC Barcelona, empezando porque el club aún no ha hecho públicos los datos finales y fiables de la actualización del censo cerrado, al menos en teoría, el 30 de noviembre de 2023. El socio que ha sufrido las incomodidades de Montjuic puede que deserte y descarte pasar por el mismo tubo otra temporada, ni que sea media. Los que no, la mayoría que se acogió a la moratoria ofrecida sobre la base del traslado, puede que se acoja a la que ofrecerá la junta de cara a la siguiente, también por las razones obvias de incertidumbre sobre si podrá jugarse parcialmente en ambos estadios o no.

Un panorama poco tentador si no fuera porque la irrupción de Lamine Yamal, Cubarsí o Fermín ha encendido esa llama de esperanza que acaso movilice a los socios por encima del mal sabor de boca de la temporada recién cerrada.

La otra duda que ahora mismo no aclara la directiva de Laporta, porque ni siquiera internamente está resuelta, planea sobre la estrategia: si mantener esa rigidez antisocial en beneficio del clientelismo y de darle preferencia y las mejores localidades al comprador ocasional, o bien dar un giro y asegurarse una entrada de efectivo importante gracias al cobro de miles de abonos, unos 85.000 de golpe, como antes de la pandemia.

A los responsables de ticketing no se les ocurriría responder otra cosa que ojalá pudieran venderse todas las entradas de todos los partidos a turistas y visitantes, prescindiendo de los que les parece (los socios del FC Barcelona) una servidumbre caduca y trasnochada.

Esa reflexión, aunque refleja el laportismo puro y duro, tampoco le sirve precisamente al Barça de Laporta, que se encuentra ahora en la coyuntura de adoptar un camino u otro, arriesgarse a reabrir Montjuic en el formato de la 2023-24, que no ha cumplido ni mucho menos a las expectativas, o activar mediante facilidades, el respeto debido y un mejor servicio, y buenas localidades, la respuesta de los socios abonados de toda la vida. O sea, los casi 70.000 desaparecidos.

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