La posibilidad de que el Barça de Laporta levante cabeza se reduce cada día que pasa en la misma proporción que aumenta el déficit de atención de la presidencia y la terrible erosión de un gobierno cuya única habilidad es la de saquear hasta el límite los recursos naturales del club y también su patrimonio, hoy verdaderamente en peligro de dejar de ser, nominalmente, de sus socios, es decir de sus verdaderos propietarios. Los mismos que, hoy en día y de forma mayoritaria, aun siguen creyendo en la palabra del presidente por incomprensible e irracional que parezca.
Pero es un proceso lógico, el de finalmente rechazar el laportismo, que será convulso, obsesivo y ciego, porque primero cada socio ha de aceptar en su interior que su voto en las elecciones del 7 de marzo de 2021 fue un tremendo error, un amargo tránsito individual que, a la fuerza, ha de causar dolor y vergüenza, pues, en realidad, Laporta ya había arruinado el club en su primer mandato, ya había abusado y se había aprovechado del poder del palco con la suerte de hacerse millonario pese a dedicar cinco veces más horas al club que a su despacho, como ahora, para regalarse, junto con sus directivos, una vida de cinco estrellas y cinco tenedores a costa de la caja del club.
Lo hizo entre el 2003 y el 2010 de la misma forma que, fuera del carril azulgrana, en el que vive instalado desde 1996, lideró desde las sombras la desaparición del Reus con un equipo de trabajo que ha reforzado y replicado en el club en su regreso a la presidencia.
Aunque duela, esta es una responsabilidad compartida que se refleja sintomáticamente en la sumisión y la pereza de quien podría, al menos, encabezar una campaña de crítica activa, de advertencia y de demostrar una mínima disposición a salvar al club, el ex-candidato Víctor Font, que, si no ha renunciado a sus ensoñaciones presidencialistas, debería saltar al ruedo sin más demora. Lo hizo contra Josep Maria Bartomeu casi tres años antes de finalizar su mandato y podría hacerlo ahora si de verdad le moviera su barcelonismo y no sus intereses estratégicos.
Víctor Font encarna esta desaparición de la masa crítica azulgrana y la resignada actitud social, desgraciadamente contemplativa y pasiva pese a los atropellos de sus derechos. Pero también representa, más que nadie, la apuesta incondicional por Xavi, esa gran baza electoralista que le fue arrebatada por Laporta en cuanto se quedó sin margen resultadista para mantener a Ronald Koeman en el banquillo y el barcelonismo supo que no tenía ningún plan.
Igual que ahora, aunque con nuevas y más angustiosas certezas que empeoran aquel primer escenario de gran crisis. Tampoco tenía con qué avalar como tampoco sabe, en este momento, cómo resolver la situación económica y financiera, crítica, que ya no es la heredada tras la pandemia, sino la causada por el propio Laporta al dilapidar 1.000 millones de beneficios netos. Sólo un gestor tan torpe e incapacitado podría convertir una ganancia tan extraordinaria en un lastre insuperable para acabar abocando al club a un estado de colapso en el que necesita seguir vendiendo patrimonio, o sea a los mejores jugadores, para pagar las facturas.
La Vanguardia avanzaba este domingo la peor de las noticias. Laporta ha puesto en marcha los pocos resortes de los que dispone para solicitar un préstamo de 100 millones, que son aproximadamente los que perderá el club esta temporada, debido, básicamente, a las sucesivas debacles deportivas y al funesto exilio de Montjuïc junto con una cuenta de gastos generales (?) que no hay forma de frenar.
Lo terrible de esa información es que Laporta necesita ese dinero como el respirar a cuenta del probable signing bonus de la renovación de Nike por diez años más a partir de 2028. La firma norteamericana tiene a Laporta en sus manos, está a punto de cerrar el negocio del siglo gracias a la debilidad de las cuentas actuales y a la necesidad del presidente de intentar tapar la otra tumba cavada por él mismo con el truco contable de Barça Studios, una trampa financiera elevada al paroxismo y a la fantasía financiera, un extremo del que también es cómplice y culpable el auditor, Grant Thornton International, por haberle dado alas.
La conclusión es que cuando se cierre el acuerdo con Nike, que tiene la sartén por el mango más que nunca, el FC Barcelona ya se habrá ‘comido’ el presunto beneficio de la mejora de las condiciones del contrato de patrocinio principal del club de los próximos 14 años. Será, igualmente, un préstamo que no solucionará el déficit ni el caos estructural que Laporta ha consolidado, a base de improvisación y de saltarse la ley como hizo con los avales, trampas que provocan inevitablemente ese efecto bumerán como el que ahora también ha envenenado la falsa palanca de Barça Studios.
Si Víctor Font cree que es suficiente con emitir una nota sugiriendo que el Compliance de la junta, que no del club, salga a dar explicaciones, entonces es que a los socios solo les queda rezar.