Iván Cabeza está considerado, junto con Marc Ciria, uno de los expertos en las finanzas del FC Barcelona. Al menos así se lo reconocen los medios filolaportistas que, de acuerdo con las instrucciones del aparato propagandístico que le presta esa cobertura incondicional a la junta, los tienen en su nómina a la hora de consultar los parámetros y las incidencias del club azulgrana en la materia. La semana pasada, Iván Cabeza intervino en la SER (Què t’hi jugues?) dejando una expresión para la posteridad: «El Barça está peor que hace cinco años, pero mejor que cuando la actual junta entró».
Si la frase ya presenta tintes surrealistas y además resulta endiablada y perversamente complicada, aún fue peor, más lamentable y vacuo el resto de una intervención de varios minutos dedicada a enmascarar la realidad, a evadir las respuestas y evitar afrontar hechos que son innegables, como justificar que si no han trascendido los resultados del ejercicio 2022-23 es porque «el auditor habrá pedido más información y siguen estudiando los números». Una explicación impropia y ridícula en boca de un experto como él, pero que se tragaron el responsable del programa y también sus colaboradores porque en el núcleo mediático del laportismo, sobre todo en este programa concreto de la SER, sólo es un escándalo el Barçagate. O sea, haber destinado algo menos de tres millones de euros al monitoreo e interacción en las redes sociales en época de Bartomeu.
En cambio, no lo es que se hayan volatilizado 860 millones limpios. Ese es el resultado de las palancas vendidas por Joan Laporta a base de ocultar un déficit estructural acumulado en dos años de casi 400 millones, un desgarro exclusivamente atribuible a la actual presidencia. Y, aún más grave, no advertir a la audiencia ni a los barcelonistas que contra este enorme e histórico agujero, que no tiene nada que ver con la herencia recibida, la actual junta no ha reaccionado ni adoptado las medidas correctores necesarias. Más bien al contrario, la obsesión -o la necesidad- de Laporta de seguir gastando en fichajes el dinero que no tiene es el motivo por el cual LaLiga le ha obligado a reducir drásticamente la masa salarial, pasar la guillotina en las secciones, eliminar los taxis de la Masia y acordar un aluvión de despidos, e incluso avalar a la desesperada contra el patrimonio personal para cerrar el mercado… Cualquier cosa antes que reconocer y afrontar el descenso agudo de los ingresos desde su llegada, básicamente el principal y auténtico drama de este mandato junto con el descontrol del gasto.
La realidad es palmaria. ¿Cómo es posible que, ingresando 860 millones netos de beneficio, Laporta y su junta se hayan visto en la obligación de avalar, como el año pasado, porque no le alcanza el fair play financiero? Quizás tendría sentido si se tratara de fichajes. Lo que resulta inexplicable es arriesgar garantías personales para inscribir pequeñas renovaciones de contrato pendientes del curso pasado y el encaje salarial de las cesiones de dos jugadores de Jorge Mendes, además de haber echado a Ansu Fati, Èric Garcia y Abde para cuadrar las cuentas.
Desde luego tampoco es creíble, como bien sabe Iván Cabeza, que la propia junta pueda calcular exactamente su margen salarial, de acuerdo con las pautas de LaLiga, y nadie sepa en el Barça los resultados del ejercicio pasado, ni siquiera de un modo aproximado, cuando han transcurrido más de dos meses desde el cierre, el pasado 30 de junio. Es una anomalía que, desde luego, tiene que ver con la morosidad y el cuento chino de la venta de Barça Studios del año pasado y la controversia causada por los pagos contabilizados de forma embustera en algún rincón de la cuentas. Una alteración de 60 millones que no se arregla tan fácilmente, muchos menos si, como parece, se dieron por cobrados ante LaLiga y también, de alguna forma imaginativa, en los propios libros de club. En la asamblea ordinaria del año pasado, además, Laporta informó, a efectos del presupuesto para la temporada 2022-23, de un ingreso de 200 millones, clave para arrojar un presunto beneficio de entre 250 y 300 millones en el cálculo más optimista. Cifras que, igualmente, dejarán entrever unas pérdidas ordinarias aterradoras.
Iván Cabeza, en su titánico esfuerzo por endulzar el amargo trago del balance que está por conocer, también dijo que la victoria en la Supercopa de España compensaba la caída en la Champions y en la Europa League. Comentario ciertamente cómico en un día de especial inspiración en el que acuñó uno de los mayores sinsentidos escuchados en estos tiempos modernos del rodillo mediático laportista, esa frase para la posteridad: «El Barça está peor que hace cinco años, pero mejor que cuando la actual junta entró».
Para empezar, la alusión a los números de «hace cinco años» no se sabe si era una forma cautelosa e inconcreta de referirse al pasado con alguna determinada (mala) intención. Desde luego no hace falta ser un lince ni tener un máster en economía para dar una clase magistral y afirmar que, en 2018, el Barça, como cualquier otro club del mundo, como cualquier empresario, cualquier país o cualquier familia, presentaba una fotografía de su situación económica y financiera indudablemente mejor que durante la pandemia, periodo en el que el FC Barcelona dejó de ingresar 300 millones según una auditoría independiente realizada por la LaLiga con la autorización expresa del Consejo Superior de Deportes.
En cuanto a la segunda parte, el analista también planea dando vueltas para no admitir, como si lo ha hecho finalmente Víctor Font, que las métricas son hoy peores que en marzo de 2021, cuando Laporta se hace cargo del club y, si hay que ser rigurosos, extraordinariamente peor que cuando Josep Maria Bartomeu era responsable absoluto del cierre de las cuentas, a 30 de junio de 2020, todavía con fondos propios positivos pese a las pérdidas registradas de 97 millones.
Otra cosa es el primer balance firmado por Joan Laporta (2020-21), negacionista del efecto de la covid como todo su entorno, incluidos sus palmeros económicos como Iván Cabeza, con una carga voluntaria, innecesaria y temeraria añadida de casi 200 millones entre amortizaciones y provisiones hasta aumentar incomprensiblemente las pérdidas a 480 millones. Y aun así, sólo con echarle un vistazo a los presupuestos de la temporada 2023-23, con 275 millones de beneficios pese a los 600 millones netos de las palancas, la radiografía del estado económico resulta espeluznante por el estancamiento de los ingresos a un nivel tan grave que, por fuerza, LaLiga le ha obligado a Laporta a proporcionar la masa salarial y, por tanto, a reducirla.
Tan extrema es la crisis que, pese a esos 600 millones extra, sobre un presupuesto de ingresos de 655 millones y una masa salarial de 656 millones -o sea, de un millón más de la previsión de ingresos-, Laporta sólo ha podido comprar un solo jugador, Oriol Romeu, este verano. Hasta que han sobrevenido estas estrecheces, Laporta había presumido de haber vuelto al mercado con las operaciones de Ferran Torres, Lewandoswki, Raphiña y Koundé entre otros cracks con un desembolso de 240 millones.
En la pretemporada, la exhibición de talonario no ha superado los 3.4 millones pagados al Girona además de la cesión de Pablo Torres. Lo que sí reconoce Iván Cabeza es que esas palancas, que no han sido ni pan para hoy, condicionarán extraordinariamente los ingresos a corto, medio y largo placo. «Estás mejor, pero has comprometido tu futuro. El reto es cómo sustituirás esos ingresos y la propiedad que has perdido», ha concluido.
O sea que después de todo el Barça de Laporta no está tan bien, no ha reducido deuda, pierde dinero a mansalva, se han agotado las reservas y para lo que de verdad le interesa al presidente, que es dar de comer a sus intermediarios favoritos, ya no le sirven ni las palancas. Sin embargo, para continuar en la élite y el escaparate del laportismo, con la enorme publicidad mediática que significa, es necesario disimular y, sobre todo, mirar hacia otro lado.