Icono del sitio El Triangle

Laporta enfría la celebración institucional del 50º aniversario del debut de Cruyff con el Barça 

Joan Laporta y Jordi Cruyff

Joan Laporta y Jordi Cruyff

El sobrevenido 50 aniversario del debut de Johan Cruyff con la camiseta del FC Barcelona ha puesto sobre la mesa, aunque de forma sutil, casi imperceptible, la posibilidad de evaluar el frágil estado de salud y fuerza del denominado cruyffismo, un término acuñado por la oposición a Josep Lluís Núñez desde principios de los años noventa y del cual hizo bandera Joan Laporta, -también de la figura del propio Cruyff-, aunque, eso sí, sólo cuando le convino a sus planes para ser presidente en 2003 por primera vez y posteriormente con la finalidad de mantener su estatus y posición de dominio en el entorno azulgrana.

No es casual que, por ejemplo, esta efeméride, coincidiendo con el día 5 de septiembre, haya pasado prácticamente desapercibida a nivel oficial, reducida a una nota publicada en la web del FC Barcelona de 12 líneas, apenas 833 caracteres, y un escueto titular: ‘Cincuenta años del debut de Johan Cruyff’, acompañado de unas pocas fotografías en blanco y negro de su debut en el Camp Nou.

La razón de esta discreción institucional, descarada e intencionadamente impuesta con el propósito de esconderlo, así como el no menos sospechoso y deliberado silencio y escondite del propio Joan Laporta, responde a la sencilla razón de que Johan Cruyff no es tan estimado entre los socios y los barcelonistas como se pudiera pensar. Más bien es una figura que, aunque respetada y admirada como jugador por la Liga de 1973-74 (0-5 en el Bernabéu incluido) y como entrenador de los mejores años del Dream Team, sigue generando, en cambio, el lógico recelo y sobre todo una sensación de indiferencia mayoritaria respecto de su relevancia e identidad en la historia del Barça más allá de su rol estrictamente deportivo. Como tótem del entorno nunca ha sido bien considerado precisamente por su identificación a favor de un ismo y en contra de otro.

Cruyff no es, por decirlo de otra manera, un personaje popular que arrastre a las masas barcelonistas. Tan consciente era de ello Joan Laporta que durante las elecciones de 2003 no hizo una sola alusión a Cruyff a lo largo de la campaña, mucho menos avanzando, más bien al contrario, el destacado papel que iba a tener desde el primer minuto de su mandato. Precisamente, lo que hizo Laporta antes de presentarse como candidato a suceder a Joan Gaspart, aprovechando que había triturado y arruinado en apenas dos temporadas el legado y la bonanza económica identitarias del nuñismo, fue un lavado de imagen cruyffista, disolviendo el Elefant Blau y borrando cualquier vínculo o relación que le pudiera relacionar con Johan, a quien había recurrido como arma letal contra Núñez. Laporta lo utilizó, tras su traumático despido como entrenador, en el gran símbolo de la oposición al presidente que gobernó durante veintidós años el club pese a los reiterados intentos golpistas desde la plaza Sant Jaume, utilizando en su contra el poderoso aparato de Convergència Democràtica de Catalunya, el propio Govern de Jordi Pujol y la especial inquina de su esposa Marta Ferrussola y de sus hijos, laportistas hasta la médula.

Aquel fue uno de sus mejores trucos, esconder a Cruyff y buscar esa alianza con Sandro Rosell para atraer el voto que tanto necesitaba de ciertos sectores ligados a la pequeña y mediana empresa catalana que, desde luego, se identificaban más con el éxito empresarial de Núñez y la nueva cultura patrimonial azulgrana y recelaba de un abogado como Laporta que hasta dos años antes, hasta hacer caer a Núñez, había sido en su peor enemigo.

El día siguiente de ganar las elecciones, Laporta enseñó sus verdaderas cartas, pactó con Gaspar levantar las alfombras, aunque para esconder debajo toda la basura que iba a generar él mismo, puso de secretario técnico y de entrenador a quien le dijo Cruyff, formalizó contratos inexplicables con personas y empresas del entorno de Johan y además incrementó en un 40% histórico el precio de los abonos. 

Decisiones que, como es sabido, generaron las primeras y agrias discrepancias con el vicepresidente primero, Sandro Rosell, quien se negó en redondo a aceptar la imposición de Cruyff de fichar Aimar, Albelda y Ayala del Valencia. Rosell apostó por traer a Rafa Márquez y Ronaldinho.

El resto de la historia es bastante conocida, en el Barça de Laporta se hacía lo que decía Cruyff y su poderoso entorno, incluidos la propia TV3 y Jaume Roures, abogado de Johan para todo y ese protectorado pujolista que nunca le abandonaría. Laporta llegó a nombrar a Cruyff presidente de honor del FC Barcelona, reconocimiento no previsto ni articulado en los estatutos, en una ceremonia que hubo de celebrarse en la intimidad de la junta y con los accesos al estadio vigilados para evitar las manifestaciones de algunos socios que seguían considerando a Johan un holandés dominado por la insaciable necesidad de ganar dinero a costa de su simbolismo barcelonista.

Especialmente críticos eran los socios, cada vez menos por razones de edad, que recordaban su etapa como jugador, realmente pobre y decepcionante más allá de la Liga del 74 y que, como entrenador, quisieron echarlo después de los dos primeros años. Los mismos que, tras los éxitos del Dream Team y de la primera Copa de Europa, también le recriminaran su pulso con Núñez porque pretendía disponer de la llave de la caja.

En las últimas elecciones, de nuevo, Laporta apenas se refirió a Johan más que colateralmente, pues fue la junta de Josep Maria Bartomeu la que enterró a Cruyff “en paz con el club de su vida”, como afirmó su hijo Jordi, y en armonía con toda la familia y su Fundación, de la cual por cierto Laporta ha sido y es patrón junto con Jaume Roures.

No fue tampoco una candidatura cruyffista, más bien bastante alejada para no avivar ese resquemor social latente, aunque por razones obvias y por su relación con la viuda de Johan debió incorporar a Jordi Cruyff al staff técnico, donde no fue un colaborador dócil ni sumiso, sino alguien que ha discrepado de algunas, bastantes, decisiones de Laporta. Sin embargo, siempre dominado por su proverbial sentido de la prudencia y de la discreción, el hijo de Johan eligió marcharse en silencio y prestando un último servicio al presidente como fue entregar a Museu la camiseta blanca con la que su padre jugó un día un partido con el Barça. Laporta se lo pidió expresamente para el lanzamiento publicitario de la segunda equipación de esta temporada en el marco de esa súper camama orquestada desde la junta para justificar la segunda camiseta de esta temporada, se supone que como una forma homenaje a Johan.

Al marcharse Jordi, la reacción institucional ha sido la de un enfriamiento, una especie de marcha atrás porque, no debe olvidarse, el cruyffismo es un movimiento barcelonista que desde siempre se ha identificado con una determinada elite, esa oligarquía en la que militan Jaume Roures, Josep Guardiola, el propio Laporta y un lobby barcelonista de prensa que también defiende y justifica ciegamente todo lo que decía o decidía Cruyff y ahora a quienes filosofan y predican en su nombre. Su figura se utilizó, con falsedades y manipulación, especialmente para blanquear con un relato sobre el juego, el estilo y la doctrina futbolística, un asalto descarado desde la plaza Sant Jaume para echar a Núñez y poder controlar el Barça, la primera institución social de Catalunya, que había escapado a la insaciable sed de poder del entorno convergente y pujolista.

No existe, en cambio, ningún colectivo cruyffista de base, ni siquiera de peñistas, una clase social, por cierto, condenada a desintegrarse por falta de liderazgo y por la tendencia natural de la junta, poco sensible a sus necesidades de acogida, pese al tratado firmado con ACNUR.

Comparado con los parabienes ofrecidos por la junta de Bartomeu, que levantó un estadio en su honor tras su fallecimiento, que amplió generosamente la colaboración económica con la Cruyff Foundation y permitió comercializar los productos licenciados con la marca Cruyff. Laporta se ha quedado corto.

Salir de la versión móvil
Ir a la barra de herramientas