Amnistía viene del griego ‘amnestia’, que significa ‘sin memoria’, en el sentido de olvidar cosas o hechos anteriores. No me acaban de convencer las explicaciones de que ‘amnistía’ se aplica para olvidar conductas que han sido penalizadas pero que no deberían haberlo sido e “indulto” es el perdón que se otorga a personas que han delinquido y que se merecían cierto castigo. La historia está llena de amnistías que benefician a criminales espantosos. La primera amnistía, dicen los historiadores, la aplicó Trasíbulo, un general ateniense, a los conocidos como «los treinta tiranos de Atenas», que, durante su mandato, hicieron asesinar a un millar de ciudadanos.
Durante el franquismo, el clamor «Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía» se escuchó por todo el país. Tuvimos democracia, con la libertad asociada a ella, con las limitaciones que comporta el sistema económico que tenemos. Tuvimos Estatuto de Autonomía, discutido y recortado por un Tribunal Constitucional que actuó cuando ya lo había votado el pueblo de Catalunya. Y tuvimos una amnistía, que beneficiaba a los criminales franquistas pero liberaba a los presos y represaliados por la dictadura.
Se vuelve a hablar de amnistía porque es una de las palabras mágicas que el independentismo se saca del bolsillo para movilizar a sus partidarios. Lo que se quiere es que se deje sin efecto los procesos judiciales que afectan a las personas que promovieron, organizaron y proclamaron la independencia de Catalunya en otoño de hace seis años. Se pone esta amnistía como contrapartida al apoyo de los 14 diputados de Junts y Esquerra Republicana a la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno español.
Los catalanes vivimos más tranquilos desde que gobierna Sánchez. La pasión represiva de los gobiernos del Partido Popular ha sido sustituida por una Mesa de Diálogo que ha calmado los ánimos. No los de los jueces más irresponsables ni los de los independentistas más intransigentes. Seguir en la vía del diálogo parece ser lo más acertado. Hacer borrón y cuenta nueva y poner el contador de las relaciones Cataluña-España a cero y dar marcha atrás en el tiempo hasta, pongamos por caso, en 2010, puede contribuir a esta mejora de la convivencia y la serenidad política y social.
Poner el contador a cero reclama, además, que quienes se saltaron el Estatut y la Constitución vigentes reconozcan que fue un disparate y que no lo volverán a hacer. Es necesario que pidan perdón por el daño que hicieron a la ciudadanía de Cataluña y España. Tienen que hacer suya la famosa frase del rey emérito: «Lo sentimos mucho, nos equivocamos y no volverá a ocurrir».
Y el contador, una vez en marcha, debe condenar a quienes pensaban verter litros de aceite en la carretera por donde debían pasar los cientos de ciclistas de la Vuelta a España. También a los que colocaron chinchetas en el suelo para pinchar sus ruedas.
El perdón de los delitos cometidos por el “procés” no debe dar carta blanca para cometer nuevos. Resulta patético escuchar cómo todavía hay quien grita por las calles de Catalunya «ni olvido ni perdón» cuando se reclama el olvido y el perdón de los delitos propios.