Hace un año y medio Netflix compró la Roald Dahl Story Company, asumiendo así los derechos de todos los libros de este emblemático autor británico de origen noruego. Anunciaron que con esta compra añadirían “magia fresca” a sus historias.
Charly y la fábrica de chocolate, escrita por Roald Dahl, se publicó en 1964. Primero en Estados Unidos, después en Inglaterra y hasta ahora se han vendido más de 20 millones de ejemplares en todo el mundo, y ha sido traducido a 55 idiomas.
En enero de 1964 hacía solo dos meses que habían asesinado a Kennedy. En octubre de ese año, Martin Luther King ganaría el premio Nóbel de la Paz. Se aprobaría, en julio, la Ley de derechos civiles. Una ley civil y laboral histórica que constituyó una pieza clave para prohibir la discriminación y la segregación raciales. En abril, en Sudáfrica, Nelson Mandela pronuncia su discurso «Estoy listo para morir» en la apertura del Proceso de Rivonia, un momento clave del movimiento antiapartheid. Suena A Hard Day’s Night, de The Beatles. El Che grita “patria o muerte”. Y nace Jorge Drexler, que unos cuantos años después cantaría aquello de “nada es más simple, no hay otra normal, nada se pierde… todo se transforma.” En 1964 había racismo, machismo, imperialismo. En 2023… también.
Cuando Dahl publicó el cuento ya recibió críticas por racismo, supuestamente por el rol y el trato esclavista que Dahl dio a los ayudantes de Willy Wonka, los Oompa loompas, que primero describió como pigmeos negros y que después, aceptando las críticas aunque no admitía comportamiento racista, cambió por enanos blancos. Me vienen a la cabeza, en clave actual, los Minions… son amarillos no negros, pero siguen a un amo que les “obliga” a delinquir para sentir que les quiere. Salvando las distancias, supongo que al no haber personas bajitas de color amarillo chillón en el mundo real, no le encontramos tanto problema. La viuda de Dahl explicó que su marido había ideado a Charlie en un primer momento como un niño pequeño de color negro pero los editores le aseguraron que no vendería libros y decidieron cambiarlo. Eran los tiempos que eran.
El humor y la imaginación se entrelazan en las obras de Dahl, humor muchas veces poco infantil e incluso con ciertos toques de violencia o agresividad. Sólo hay que recordar a la mala, malísima, asesina a tiempo parcial, directora del colegio de Matilda; o la malvada que transformaba a niños en ratas para comérselos después en “Las brujas”. Resulta que ahora, pasado por el filtro del buenísimo bien que nos está devorando, el niño “gordo” que era obligado a comer pasteles, ya no estará gordo sino “enorme”; tampoco era feo, que es feo decirlo. Los Oompa loompas serán los primeros no pigmeos (y no negros) que podrán renunciar al género pasando de ser “hombres pequeños” a “personas pequeñas”. Tirar del pelo para ver si una bruja lleva peluca es feo, perdón es mal. ¿Decir mal está bien? Pues un “no puedes ir tirándole el pelo a cada chica que conoces”, será “hay muchos otros motivos por los que las mujeres podrían usar pelucas y lo cierto es que no hay nada malo en ello”.
Ni feo, ni gorda, y tampoco flácida. La canción del ciempiés en James y el melocotón gigante se cambiará completamente. Matilda ya no tendrá referencias a Joseph Conrad (“El Corazón de las tinieblas”), libro magnífico, ni a Rudyard Kipling (“El libro de la selva”), obras que se han tildado de supremacistas o imperialistas; y meten a Jane Austen para asegurarnos la cuota feminista. También cambian “hembra” por “mujer”; y en Los Cretinos, la señora ya no será fea y bestial… sólo bestial. Porque una puede ser bestial, pero fea no.
No voy a perder ni un segundo de este artículo en justificar que, evidentemente, sería mucho más fantástico que la literatura des de ayer hasta los anales del mundo, no fuese ni machista, ni racista, ni imperialista, sino inclusiva, respetuosa, comprensiva… como la vida misma. ¡Ah! No, tampoco. La literatura no puede ser realista, ni histórica y al parecer tampoco se puede contextualizar. No era difícil pensar en añadir un pie de página dónde se explicase el momento histórico o incluso se valorase lo que se podría haber hecho. Pero no, es necesario coger un clásico de un autor muerto, que en principio no se va a quejar, y retocarlo al gusto y valores de quién lo haya comprado.
Esto, a grandes rasgos, vendría a ser lo mismo que, en un supuesto momento histórico en el que el consenso, la opinión pública o quién sea, decida que el azul es un color que no se debería usar porque tiene connotaciones altamente negativas, nos dedicásemos a pintar de verde toda la época azul de Picasso.
No somos más feministas, ni más inclusivos, ni más modernos por borrar el pasado. El pasado se estudia, contextualiza, explica y de él se aprende. ¿Vamos a maquillar todo lo que nos ha parecido mal hecho? ¿Podremos escribir sobre el holocausto y las barbaridades que ocurrieron o cuándo nos parezcan extremadamente violentas empezaremos a decir que “los nazis hicieron cosas feas”? perdón, feas no…
Somos expertos en surfear la superficie y nunca sumergirnos en el problema. No hay palabras feas, lo feo es la gestión de la emoción que provocan. Hay gente gorda y hay gente delgada, y a gustos colores, habrá gente que te parezca guapa que a otros les parecerá fea. ¿Y? ¿Cuál es el problema? Hay gente machista y hay tipos “que tiran del pelo a las mujeres” y lo que no puedes hacer es esconder las conductas como si no existiesen en lugar de afearlas para que no se produzcan. Sí, aFEArlas.
Por favor, leed el Corazón de las tinieblas. No siempre buscar lo correcto es lo correcto, no toquéis los clásicos, leedlos, buscad su historia, y aprended.