François de la Rochefoucauld (París 1613 a 1680), príncipe de Marignac, militar, político, escritor y moralista, es una de las glorias de la inmensa fuente de las letras francesas. Conspiró a favor de Anna de Austria contra el cardenal Richelieu, lo que le comportó cautiverio y destierro.
De vuelta a París en 1642, después de la muerte del cardenal Richelieu, no encontró el apoyo que esperaba ni de la reina ni del cardenal Mazarino, lo que lo llevaba a participar en la Fronda (movimiento de la alta nobleza contra el absolutismo).
Desengañado, y también a causa de una herida en los ojos que sufrió en la batalla del Faubourg Saint-Antoine, en 1652 se retiró de la vida política, pero no de la vida social.
Frecuentó los exquisitos salones de Madame de Sablé y de Madame de La Fayette.
En este ambiente propicio redactó las Sentences et maximes de morale (1655) y las Memòries (1662) que le han valido la inmortalidad.
La Rochefoucauld tenía una visión incisiva, lúcida y pesimista de la condición humana. Sus máximas son brillantes flechas de punta afilada proyectadas con la elegancia y la agudeza que lo caracterizan.
Es curiosa la carta que le envió uno de sus contertulios, el caballero de Meré, animándole y a la vez reconociéndole su maestría. Decía: «Me parece que podría hacer una máxima que dijera que la virtud mal entendida no es mucho más incómoda que el vicio bien regulado».
Dos pensadores de la talla de Schopenhauer y Nietzche declararon su admiración por la profundidad de sus juicios sobre la psicología humana.
Partía de la consideración del egoísmo natural como la base de toda acción de los hombres y la explicación de muchas de sus contradicciones.
Él, en realidad, buscaba a su manera escéptica el ideal de l’homme honnête.
Reproduzco algunas de sus máximas, afiladas como estiletes:
– «Todos tenemos suficiente fuerza para soportar los males de los otros».
– «La filosofía triunfa fácilmente sobre los males pasados y sobre los males futuros. Pero los males presentes triunfan sobre la filosofía».
– «El mal que hacemos no nos atrae tanta persecución y tanto odio como nuestras buenas cualidades».
– «El amor, como el fuego, no puede subsistir sin un movimiento continuo; y deja de existir desde el momento que deja de esperar o temer».
– «El amor a la justicia no es en la mayoría de los hombres más que el miedo de sufrir la injusticia».
– «A menudo se hace el bien para poder hacer impunemente el mal».
– «La virtud no irá muy lejos si la vanidad no le acompaña».
– «Es tan fácil engañarse a sí mismo sin darse cuenta como difícil engañar a los demás sin que se den cuenta».
– «Quien vive sin locura no es tan sensato como se piensa».
– «No hay nada que impida tanto ser natural como el ansia de parecerlo».
– «En la amistad y en el amor a menudo se es más feliz por las cosas que ignora que no por las que se saben».
– «Hay que administrar la fortuna como la salud: disfrutar cuando es buena, tener paciencia cuando es mala, y no aplicar nunca grandes remedios fuera de una necesidad extrema».
– «El valor perfecto es hacer, sin testigos, lo que seríamos capaces de hacer ante todo el mundo».
– «¿Cómo podemos pretender que otro guarde nuestro secreto si no lo podemos guardar nosotros mismos?».
– «Establecemos reglas para los otros y excepciones para nosotros».
– «Hay defectos que, bien manejados, lucen más que la misma virtud».
– «El silencio es el partido más seguro para el que desconfía de él mismo».
– «La mayoría de los héroes son como algunos cuadros: para apreciarlos no hay que mirarlos demasiado de cerca».
– «Es mucho más fácil apagar un primer deseo que satisfacer todos los que le siguen».
La Rochefoucauld nos muestra la condición humana a la luz del día y sin concesiones, en un afán moralizador que atraviesa los siglos y llega hasta hoy, sin perder ni vigor ni vigencia. Por suerte o por desgracia, la sociedad del siglo XXI todavía es deudora directa de las finas, crudas y sugerentes observaciones del gran escritor francés.