La P. se ha engordado tres kilos en dos semanas. Dice que los nervios sólo se le calman cuando tiene la tripa llena. El X. se ha hecho socio del club del somnífero después de haber soñado que su vecino –que es guardia civil- lo detenía en una manifestación y hacía ver como que no lo conocía. La C. vuelve a sufrir sonambulismo. Su marido se la encontró a las tres de la madrugada en la cocina batiendo unos huevos para hacer una tortilla. Dice que no recuerda nada. El D. ha olvidado totalmente el castellano que aprendió un verano en Valladolid y ha pedido que le pongan a archivar. Son los efectos del estrés que provoca la independencia a plazos en la profesión periodística catalana.
Una televisión estatal le dedicaba el domingo pasado una noticia con declaraciones de presuntos afectados y psicólogos. No hablaba expresamente de periodistas, sino que generalizaba el síndrome a todos los que viven y trabajan en Cataluña y le daba un nombre específico: rumianismo. Aclararon que no tenía tanto a ver con que fuéramos unos rumiantes –que también podría ser- sino al hecho de que estar todo el día rumiando como decir a Mariano Rajoy que somos independientes sin que él ni el resto del mundo se entere destroza las neuronas. De hecho, este fue el tema de conversación de la última cena con mis amigos. Todos periodistas y por eso más chiflados que el resto de la población.
Ya he explicado alguna vez que estas reuniones tienen un doble objetivo. Por un lado, reencontrarnos fuera de nuestro ámbito profesional donde coincidimos casi cada día para hablar del trabajo y poner a parir al personal. Por el otro, hacer terapia y premiar al colega más desgraciado del momento. Ganó J. por mayoría absoluta. Ha dejado el trabajo junto con media redacción porque el ambiente era irrespirable debido a la línea editorial impuesta desde las altas esferas. El J. también ganó el galardón que concedemos de forma excepcional al periodista más idiota por haber ignorado la ideología de su empresa y pensar que este oficio es el mejor del mundo y se puede ejercer con libertad.
El periodismo de trinchera que se lleva ahora está llegando a unos niveles de ignominia nunca vistos antes. Ya no es sólo la típica propaganda goebbeliana disfrazada de información que soportamos desde hace años. Hablo de mentiras arregladitas con un título llamativo y unas declaraciones entre comillas de un experto desconocido. Ahora le ha tocado el turno a la persecución que sufren los castellanohablantes en las escuelas catalanas. Que el castellano sea la lengua que más se oye en los patios de los colegios no tiene importancia. Lo que importa es que las víctimas de la inmersión están desesperadas porque se han comenzado a dar casos de canibalismo lingüístico y los Mossos d’Esquadra no han detenido a nadie.
Mi amiga E. es psicóloga e independentista. Cuando le he hablado del rumianismo para definir el síndrome que sufrimos los periodistas en dosis letales por tanta montaña rusa política, no sólo me ha negado su existencia sino que ha remarcado que la saturación mental del personal se llama en realidad marianismo. De Mariano, se entiende. La declaración de independencia vía telepática del desmelenado Puigdemont no será nada comparado con las malas vibraciones que nos llegan desde la Moncloa y la Zarzuela en forma de amenazas de corralito, suspensión del autogobierno y estado de excepción.
Como catalana lobotomizada que soy, de todas las incertidumbres que me están licuando el cerebro la que más me hace rumiar es la del corralito. Ayer escuchaba en el autobús una conversación entre dos señoras que se preguntaban qué pasará con sus ahorros y con sus pensiones si nos echan de la UE de los Estados. Una le explicaba a la otra en voz baja que, por si acaso, había cogido los cuartos del banco y ahora los guardaba en una caja de seguridad. He pensado por un momento sacar mi exiguo capital de obrera precarizada pero si agujereo la pared pondré la caja fuerte en casa del vecino. Otra opción es contribuir a pagar la fianza de Artur Mas, pero la he descartado rápido porque como dice La Polla Records, un patriota es un idiota.