Los palos duelen igual

Ha sido conmovedor ver en la televisión de la sala de espera de urgencias del hospital las furgonetas de los Mossos d’Esquadra llenas de flores en plan haced el amor y no la guerra. Transformadas en jardineras ni que sea de forma provisional, han sido una de las muchas imágenes insólitas que nos ha dejado la manifestación de Barcelona contra el terrorismo del 26 de agosto, convertida en un esperpéntico show titulado «A ver quién la tiene más grande y quién hace más el idiota». Es lo que pasa cuando un atentado te destroza por dentro y por fuera: el estado de shock o te paraliza para siempre o te hace ver la bondad en todo lo que te rodea, incluso en los políticos ineptos que nos desgobiernan y en los policías armados hasta los dientes que nos apalean.

Discrepo de tanta bondad florida y creo que estas semanas se nos ha ido la olla con las alabanzas a los Mossos. La policía catalana no se caracteriza precisamente por su trato exquisito y su delicadeza a la hora de dispersar ciudadanos molestos, y en el caso de los atentados de Barcelona y Cambrils los agentes sólo han hecho su trabajo. Me disgusta especialmente esta manía de disparar a matar en lugar de herir, importada de los Estados Unidos porque también el psicópata que asesina en nombre de un Dios tiene derecho a pudrirse en una cárcel, pero ahora no toca filosofar. Me ha descolocado también el éxtasis que ha provocado Trapero. No puedo dejar de pensar que si nos hemos quedado fascinados con su profesionalidad es porque estamos acostumbrados a soportar funcionarios tan insolentes como incompetentes.

Todos estos delirantes parabienes a la policía catalana no son inocentes y algunos han caído de bruces en la trampa. Básicamente, han sido instigados por los ideólogos a sueldo del régimen procesista, tanto dentro como fuera del gobierno catalán, con un doble objetivo. Por un lado, restituir la imagen violenta que ha acompañado a los Mossos desde los tiempos del impresentable Felip Puig, consejero de Interior del gobierno de Artur Mas y martillo de perroflautas y extirpador de ojos sin anestesia. Por el otro, el más importante, demostrar al mundo que también en el caso de la policía, la catalana es mejor que la española. Todo vale para caldear el ambiente de cara a una Diada que se preveía deslavada y a un referéndum del 1-O que casi nadie se cree.

Sin embargo, por mucho que intenten hacernos ver amor donde sólo hay porras y pistolas, yo sigo desconfiando de la policía y arrugando la nariz cada vez que veo un mosso con un fusil cerca. Ahora ya no sacan ojos con pelotas de goma porque los catalanes no nos manifestamos mucho contra el sistema últimamente, pero siguen dispersando a golpe de porra a todos aquellos vecinos que intentan evitar un desahucio. Para mí, tanto los Mossos d’Esquadra como la Guardia Urbana, la Policía Nacional y la Guardia Civil son cuerpos de represión y me da lo mismo que me peguen en catalán o en español porque los palos duelen igual. Su deber era desarticular el comando de fanáticos asesinos porque para eso les pagamos y es lo que han hecho. Ya veremos lo que pasará el 1-0.

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