Me permitiré la licencia de no poner ninguna coma porque no se me ocurre una expresión más acertada que este trasnochado grito de guerra acuñado durante la Reconquista para explicar tanto despropósito. Los puristas remarcan que entre cierra y España va una coma y que el verbo cerrar en el argot militar significa preparar a la tropa para el ataque. Sin embargo, si me he comido la coma es, primero, porque me da la gana y, segundo, porque liderar la cruzada contra el secesionismo catalán es precisamente el objetivo de un Mariano Rajoy poseído por el espíritu del tal Santiago Matamoros, patrón de España y azote de herejes.
Sin recuperarme del impacto que me ha provocado la extraña muerte de Miguel Blesa, me atraganto con un nuevo capítulo del chantaje económico al gobierno catalán que es el mío y con el montón de ridículos tuits de un Puigdemont más desmelenado que nunca como respuesta. En medio de este absurdo tira y afloja a ver quién la tiene más larga y mea más lejos, los cuperos empapelan la patria catalana con retratos de Franco diciendo que si el 1-O no votas eres como él y descubrimos maravillados que el bigote de Dalí sigue marcando las 10 y 10. El rey del surrealismo estaría encantado con el espectáculo.
Francamente, no sé porqué sonríen los nuevos consejeros del ejecutivo purgado porque, que yo sepa, no tenemos muchos motivos para estar contentos y menos ahora, que hemos de hacer justificantes de todo lo que gastamos para poder cobrar a final de mes un dinero que es nuestro. No haré como el patricio Gregorio Morán, que ha sido censurado por haber escrito que el nuevo consejero de Interior es un delincuente, pero he de admitir que Jordi Turull me pone nerviosa. Preocupada porque no sea en el fondo un marciano disfrazado fisgo en su biografía y me quedo descolocada porque no veo ningún hecho relevante que justifique que sea consejero de Presidencia y portavoz.
Turull es, como Joaquim Forn, el típico hombre de partido que esconde una gran ambición personal detrás de una falta modestia y que ha medrado porque siempre ha obedecido al amo de turno. Sin embargo, he de admitir que a diferencia del temperamental Forn, el sinuoso portavoz con aire jesuítico tiene una mirada siniestra que me inquieta. Desde que ingresó en las juventudes convergentes con 17 años, el consejero Turull no ha hecho más que coleccionar cargos de segunda hasta aterrizar en el Parlamento. Sin embargo, desde que fue escogido portavoz del grupo de CiU, todo ha sido coser y cantar para este chico del Vallés sin ninguna gracia.
Turull se ha estrenado hace poco en el cargo de portavoz con un nuevo éxito que podrá añadir a su currículum si algún día se queda sin trabajo. Se acerca el 1-O y todo está por hacer. Por eso, todo el mundo se esperaba que su aparición después de la purga iría acompañada de una proclama a los cuatro vientos a la altura de los últimos discursos de Puigdemont, pero no: la compra de las urnas sigue siendo un misterio. Pero a pesar de mi desconfianza, admito que Turull lo hace bien como portavoz porque cuando habla no dice nada y si aguanta lo suficiente en el cargo podría llegar a superar al añorado Joaquim Nadal.
Para borrar los malos pensamientos que me rondan por la cabeza desde hace tiempo, prefiero imaginar al PP muy ocupado estos días encargando coronas para amigos imputados en casos de corrupción que han pasado a mejor –o peor- vida. Quiero pensar que con tanto ir y venir a funerales, a Santiago Rajoy o Mariano Matamoros –escoged el nombre que más os guste- le quedará poco tiempo para diseñar nuevas estrategias tan perversas como antidemocráticas para asfixiarnos todavía más. Y como dos no se pelean si uno no quiere, también estaría bien que el arrebato deje paso al sentido común marca de la casa porque la política se hace con la cabeza y no con las vísceras.