Al final tendré que dar la razón a mi suegra y admitir que la abducción no es una leyenda urbana. Lo que no acabo de ver claro es si este secuestro con finalidades inconfesables es exclusivo de nuestros vecinos extraterrestres o también se da entre humanos de diferentes colores, clase social e ideología. Me lo planteo mientras me recupero del impacto provocado por la gran noticia de la semana. No me refiero a la investidura fallida de Mariano I, el Triste, no. Hablo de la extraña historia de un estudiante norteamericano desaparecido misteriosamente hace doce años en China y localizado ahora en Corea del Norte donde vive feliz con su familia y da clases particulares de inglés al líder espiritual Kim Jong-un.
Nada se sabe del método utilizado para secuestrar al joven mormón y lobotomizarle el cerebro hasta hacerlo abrazar las tesis comunistas norcoreanas, pero yo no descarto que fuera la abducción porque sus captores no dejaron ni rastro. Incluso desapareció la tarjeta con el nombre en blanco y negro que los acólitos de Joseph Smith llevan colgada en la solapa cuando hacen proselitismo. Entre los espías no se estila tanto esmero y más en este tipo de trabajo, así que no puedo más que plantearme la posibilidad que o Kim Jong-un es un ser humano de cualidades extraordinarias, avanzado a su tiempo y capaz de levitar y teletransportar cuerpos, o es directamente un extraterrestre enviado a la Tierra con la secreta misión de acabar con Donald Trump.
Estaba yo meditando sobre esta cuestión y sobre el circo político que hemos tenido que soportar este mes de agosto mientras remojábamos en cerveza nuestra indignación ante tanta estulticia política, cuando tuve una epifanía. Pensé que estaría bien contactar con el líder supremo norcoreano, por e-mail a través de Alejando Cao de Benós o telepáticamente, y poner a su disposición un amplio abanico de candidatos a ser abducidos, comenzando por el mismo Mariano Rajoy. Reconozco que la empresa es complicada porque para ser secuestrado de esta forma tan poco común el humano escogido ha de destacar por alguna característica que lo haga extraordinario y en el caso del eterno presidente en funciones popular me resulta difícil recordar alguna.
Hace unos días Josep Ramoneda se ponía un poco punk y pedía en una tertulia radiofónica que dimitiesen todos los líderes de los principales partidos políticos españoles por su incapacidad para llegar a un acuerdo político que evitase unas terceras elecciones generales el día de Navidad. Concretamente hablaba de populares, socialistas, podemitas y ciudadanos. Yo quiero ser más drástica que Ramoneda. Nada de dimisiones, maestro. Mejor abducciones y no sólo de los líderes, sino de los 350 diputados incluidos los independentistas catalanes porque todavía sigo sin entender qué se les ha perdido a Joan Tardà y a Gabriel Rufián en Madrid a parte de cobrar un sueldo de la España que tanto nos roba.
Que Kim Jong-un lo haga como quiera: puede abducir a sus prescindibles señorías una por una mientras van al lavabo entre votación y votación o de golpe arrancando el edificio del Congreso –leones y periodistas incluidos- y trasladándolo por un agujero de gusano hasta las múltiples colonias de esclavos que los norcoreanos deben de tener fuera de nuestro Sistema Solar. El señor Kim Jong-un podría aprovechar y por el mismo precio se podría llevar –o desintegrar si le parece más justo- al ministro De Guindos y al ex- ministro Soria porque al igual que los entrañables marcianos de los Simpson Kang y Kodos, yo ya no puedo aguantar más tonterías de estos terrícolas.